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'Tontos e ingenuos': Capítulo .- 1 "El más despiadado gana"

  • Foto del escritor: Isabel Sagala
    Isabel Sagala
  • 13 jun 2022
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 13 jul 2022


«Sólo aquellos que son aptos para vivir no tienen miedo de morir.» (Douglas MacArthur.)

Ella se marchó furiosa de mi pieza y yo azoté la puerta con la misma furia.


—¿Sabes qué? De verdad me entristece pensar en la pobre ilusa que se llegue a enamorar de ti —dijo antes de bajar por las escaleras.


Me mordí el labio evitando insultarla, yo podía decir lo mismo de ella, era insoportable. Siempre nos peleábamos y aun así no éramos capaces de ignorarnos, tampoco éramos capaces de olvidarlo todo y llevarnos bien. Simplemente no teníamos la capacidad de admitir que nadie podría soportarnos más que nosotros mismos. Y, a veces pensar en eso me amedrentaba.


Limpié mi labio con una servilleta antes de tumbarme en el suelo de nuevo y seguir con mi partida. No recuerdo bien cuando empezó, pero cada vez que me enojaba lo suficiente me mordía el labio inferior con fuerza hasta hacerme sangrar, honestamente nunca me atreví a insultar a alguien, incluso ahora me parece algo vulgar y evito hacerlo cueste lo que cueste. Podría arrancarme el labio antes de soltar un insulto... y ella me conocía lo suficiente para saber aquello.


Gracias a esa manía conseguí eludir muchos problemas, pero a ella le encantaba el conflicto, así que no importaba si la ofendía, incluso si no lo hacía de alguna manera terminaríamos discutiendo por cualquier estupidez.


Estaba tan ensimismado en mis cavilaciones que cuando me di cuenta ya habían tomado el castillo de la reina y había perdido la partida. Me quedé a leer los comentarios de mi equipo, por supuesto la culpa fue mía. Me desconecté de inmediato y lancé el control inalámbrico en algún punto del cuarto, apagué la consola y me acosté en la cama para seguir pensando en aquella persona que me irritaba tanto, pero que también era la única que tenía y eso me estremeció más.





Cuando desperté uno de mis brazos se hallaba colgando al margen del colchón, no recuerdo en qué momento me quedé dormido, ya estaba oscureciendo y sentía el estómago vacío. Lancé un bufido y me incorporé con dificultad, siempre me dormía todo torcido y luego me dolía todo el cuerpo, pero estaba tan cómodo en mis sueños que nunca me percataba de eso.


Una vez que estuve fuera de la cama comencé a escudriñar la estancia con la mirada en busca de mi control remoto, alcancé a verlo sobre un montón de ropa sucia en un rincón. En ese momento sonreí aliviado, ya que una vez yo llegué a estamparlo contra mi clóset y dejó de funcionar, éste no me había costado mucho —aprendí por las malas a no despilfarrar en esas cosas—, pero aquel mes recién me habían despedido y aún no lograba encontrar un nuevo empleo. Ser joven y no tener experiencia es igual a no tener ninguna oportunidad en el mundo laboral.


Invadió mi mente una reminiscencia muy clara de la primera vez que fui a buscar trabajo, mi currículum casi vacío bajo el brazo no me brindaba esperanza alguna. Ni siquiera vestía un traje, solo llevaba uno de mis pantalones más oscuros y una camisa gris a cuadros, un cinto viejo del que esperaba que nadie notara la pintura que se desprendía de aquel cuero desgastado y una corbata con el nudo ligeramente torcido cuyo color oscuro se perdía con el de mi camisa. No conseguí empleo ese día.


Alejé esos pensamientos de mi mente antes de que mis manos comenzaran a temblar, solía ser muy tímido y aquella experiencia fue casi traumática para mí. Mis padres no entendían porque tenía problemas para relacionarme con los otros y me lo reprochaban cada que se les ocurría asistir a una reunión familiar y, por supuesto, me negaba rotundamente a ver las caras de todos mis familiares. No era mi culpa, tampoco lograba entender la razón de mi nerviosismo.


Una vez que terminaban de darme ánimos para bajarme del auto y arrastrarme donde toda la familia estaba reunida me decían lo siguiente: "No hables, nosotros les daremos un saludo de tu parte". Yo asentía y caminaba detrás de ellos con la cabeza baja, nunca supe que decían mis padres de mí porque no tuve el valor de acercarme siquiera a escuchar. Sólo notaba que de vez en cuando alguien me sostenía la mirada y no comprendía aquellas reacciones en sus rostros.


Por un tiempo aguanté aquel recibimiento por mis padres, pero cuando estuve lo suficientemente harto de esas reuniones dejé de asistir. Me gustaba pensar que fue lo mejor para todos; mis padres no tenían que traerme a la fuerza ni dar excusas extrañas, mis familiares no tendrían que soportar más el ver mi cara de pocos amigos y contener la respiración en aquel ambiente incómodo —casi hostil—, y yo ya no sufriría más. Así es, yo sufría porque no podía hablar, ni sonreír, ni alzar un poco la cabeza; no sin temor de que alguien estuviera cerca de mí y se le ocurriera intentar interactuar conmigo. Era una tortura.


Quizá estaba loco y necesitaba un psicólogo, tal vez hasta un psiquiatra. Si lo llegué a requerir nunca lo supe. No cabía en mi cabeza la imagen de mí mismo contándole de todo a un extraño y que después dicho desconocido le dijese todo a mis padres. Eso de la confidencialidad no me lo creía.


Alcancé a concluir que tan sólo era un poco gruñón y que con el tiempo mejoría... sigo siendo un poquito gruñón.





Al amanecer, me alisté para presentarme en la universidad. Tuve que ir en bicicleta, no me permitía el gastar la poca gasolina que le quedaba a mi oxidado vehículo. Justo estaba encadenando en un poste mi bicicleta cuando ella se acercó a saludarme. No estoy seguro de poder denominar sus palabras como un saludo.


—Eres un deleite para la vista Noah. —Me imaginé la sonrisa burlona que tendría en su rostro. Giré y le sonreí con la misma falsedad, pues ya había detectado el sarcasmo en su voz. Estaba claro que seguiría molestándome ese día y en definitiva yo no iba a quedarme atrás.


—Buenos días, amiga. ¿Realmente eres tú? Es decir, ayer parecías un poco... ya sabes, cansada. No debió ser fácil cubrir esas ojeras, ¿verdad? —le pregunté sonriente y dándole donde más le dolía; su apariencia era una de las cosas que más le importaban.


Ella pareció sorprendida por un corto instante y luego me fulminó con la mirada, no solía seguirle el juego —y menos en la escuela—, pero ayer me fastidió tanto que se merecía un escarmiento.


—Vaya que afable, parece que no soy la única que se la pasó mal ayer —repuso dando un paso enfrente—. Deberías dejar que te tiña el pelo, se te notan las canas verdes en ese cabello de zanahoria. —Estiró su brazo rápidamente hacia mi cabeza y me dio un fuerte tirón, logrando arrancar uno de mis largos cabellos rojizos.


—¡Auch! Eres una... —Mordí mi labio justo a tiempo hasta que advertí en mi boca aquel característico sabor.


—Si continúas haciendo eso te va a quedar una cicatriz. Dudo que quieras arruinar lo único de atractivo que tienes. —Se acercó descaradamente a mi rostro y limpió la sangre con su pulgar.—Nos vemos en clases, 'amigo'.


Comprendí en ese momento que la guerra no declarada entre los dos al fin había llegado.





—¿Y este quién es? —pregunté sentándome al lado de mi enfadosa amiga, quien se encontraba charlando muy animada con un tipejo en nuestra mesa del comedor escolar. Traté de sonar molesto e intimidante, por supuesto, ella lo usó en mi contra.


—Mi novio —respondió sonriendo maliciosamente—. ¿Estás molesto o es mi loca imaginación? —Acarició mi cabello sin quitar la malvada sonrisa de su rostro, por un microsegundo pensé en lo que diría su novio de aquel acto, para mi sorpresa sólo nos miraba resignado y con una ligera mueca de disgusto. A pesar de ello, en mi mente sólo estaba el recuerdo de aquella mañana y cuando me disponía a retirar su mano de mi cabeza, el chico finalmente nos interrumpió.


—Soy Haziel —se presentó en un tono despreocupado, al tiempo que hacía la señal de paz con su mano y pude notar entonces que portaba anillos en casi todos los dedos, yo entrecerré mis ojos mirándolo con intensidad.


Sonaba simpático, pero no me parecía un buen chico, sus tenis de tela y sus pantalones rotos le daban un aspecto descuidado —ahora que lo pienso, mis pantalones desgastados y mis camisetas estampadas tampoco parecían ser la vestimenta de alguien muy pulcro—, sus anillos y su peli alborotado lo hacían parecer aún más desaliñado. No me agradaba nada.


—Ada me ha contado mucho de lo que han vivido juntos —continúo. Eso significaba 'alerta roja', desvíe la mirada un poco incómodo.—Quiero que sepas que amo a Ada y que a pesar de ello respeto su relación actual, no me interpondré, pero... espero que tú tampoco lo hagas. —Volteé a verlo de vuelta un tanto desorientado. ¿Eso fue una amenaza, una mala broma o una espantosa pesadilla? ¿Relación actual? ¿Qué demonios pensaba ese lunático de nosotros y qué diablos le había dicho Ada?


Ella me sonrió con complicidad y me guiñó un ojo mientras la miraba con una gran confusión. Yo nunca dudé de su capacidad, pero tampoco creí que caería tan bajo. Supongo que en tiempos de guerra el más despiadado es quien lleva la delantera.


—Bueno —dije tratando de entender la situación—, eso significa que no tendré que hablarte mucho entonces, ya que... —Pasé mi brazo izquierdo sobre los hombros de Adara y me acerqué más ella.—Estás al tanto de todo, ¿no?


El tipo aquel me fulminó con la mirada y noté en Ada un ligero temblor en su cuerpo. El Noah Edri de quien tanto disfrutaba burlarse estaba en la primera línea de fuego, dispuesto a morir.





—Creí que no hablabas con nadie de la escuela —me reclamó ella más tarde por los pasillos.


—Es tu novio —dije con obviedad—, no quiero que piense que soy un maleducado —mentí, porque en realidad no me importaba en lo absurdo—. Además, tú ya hiciste la mayor parte del trabajo. —Ella no reaccionó.—Gracias por eso. —Por un momento creí ver algo de culpa en su rostro, pero se compuso rápidamente.


—¡Es tu culpa! —me acusó, siempre era mía.


—No lo es —dije contraatacando—. Cualquier impresión que tenga tu 'noviecito' de mí es por tu culpa–le dije con dureza—. ¡Diré y haré lo que se me venga en gana! —exclamé molesto—. Si él lo interpreta de otra forma será tu culpa, no la mía.


Ahora de verdad parecía sorprendida, podía sentir las miradas de los demás estudiantes sobre nosotros. Yo no le dirigía la palabra a nadie y no importaba cuánto llegaba a molestarme Adara, yo siempre me mantenía bajo control. Pero, jugar con los sentimientos de alguien y hablar a mis espaldas eran cosas que no estaba seguro de poder perdonar.


—No... Noah...—su voz titubeante no iba a funcionar.


—Deberías cambiar tu guardarropa—la interrumpí y frunció el ceño sin entender—. Si yo fuera tu novio no te dejaría vestir así —dije mirándola fijamente de la cabeza a los pies, llevaba puesta una falda que cualquiera podría levantar fácilmente, una blusa con los hombros descubiertos y unas sandalias con plataforma que la hacían lucir más alta. Un atuendo algo revelador que no llegaba a lo vulgar, pero con la capacidad de robar miradas, algo típico de Adara.—No a menos que quiera perderte por otro —agregué extendiendo mi brazo para acariciar su hombro con mi pulgar, ella enarcó una ceja estupefacta, pero no se movió—. Hasta luego, 'amiga' —me despedí soltándola y enfatizando la última palabra. Luego me giré y seguí de largo pasando el salón de clases en el que se supone que teníamos una clase juntos, pero no me preocupé mucho por faltar, seguramente ella podría pasarme los apuntes después.


Mientras me alejaba por el pasillo podía escuchar ligeros murmullos y risas, tuve que hacer un esfuerzo para no regresar y disculparme. Tuve que esforzarme para no pensar en ella y en lo que dirían los demás. Esforzarme para convencerme de que la mala de esta historia era ella y no yo. El más despiadado lleva la delantera. Yo ganaría la guerra.




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